FORTALECER AL PERIODISMO

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ACADEMIA DE PERIODISMO Y COMUNICACION SOCIAL

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domingo, 18 de abril de 2010

EL POSTRER ASALTO

MINIFALDAS
Arcadio Acevedo


DEDICATORIA CORDIAL
A Kid Marro, “enarbolando como siempre, la bandera de la justicia y la verdad”.

PASADO POR AGUA
Cuando, proveniente de la XELG de León, Guanajuato, hace 36 años llegué a Tuxtla, jalado por un esplendido par de órganos femeninos que, según el refrán, jalan más que una carreta, me llamó la atención la abundancia de estupendas voces, de variopintos estilos, que alimentaban la radio local.

Cito los nombres que me vienen ahorita a la memoria: Belith Araujo Lacorti, Augusto Solórzano, Francisco Velásquez, Ramón Gonzalo Jiménez, José Luis Montesinos, Arsenio Muñoz Ruiz, Gustavo Maza Maza, Rodolfo García del Pino, Mario Tasías Aquino, Mario Molina, Kena Montesinos Palacios, mi compañera en XEUD, mi inolvidable comadre, y otros.

Sin embargo, mi estupefacción fue grande al comprobar que el locutor idolatrado por la chusma, el más escuchado, quien gozaba de más crédito en el ámbito informativo no pertenecía al escuadrón de los clásicos ni a la escuela de los hijos de la XEW y XEQ. No. Era un costeño de voz estentórea y aguardentosa. Producía y leía las noticias mezclando con cálculo experto las expresiones ampulosas con otras arrancadas a mano limpia, indiscriminadamente, de mercados, escuelas, plazas, burdeles, calles, cárceles, iglesias y cantinas.

En las mañanas, y de nuevo por las tardes, su voz indefinible, rasposa, penetrante, de merolico, de político pueblerino, de “fuerza viva”, de anunciador de box, de mesías exacerbado, inundaba las casas humildes, colmaba los puestos callejeros, aclimataba el interior de los taxis rojiblancos de la época, llenaba de música el oído de los pobres pobres. Le echaba maicito a la conversación de los ignorantes ignorantes. De los humildes, pues.

Los chiapanecos de condición precaria, analfabetos muchos, lo tenían por una especie de Zorro zoque de color terroso, de facciones toscas y pronunciados nudillos, defensor y vengador de los desposeídos. Él era la voz que no tenían, era él la medalla en el pecho de los ignorados, la estrellita en la frente de los inermes. Cuando la ocasión lo ameritaba, era también la colectiva mentada de madre dedicada a los poderosos y abusivos.

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MACHO, MACHO
El Patrullero 9.20 era de armas tomar. Macho de los de antes, en más de una ocasión me platicó, con hilos de llanto en las mejillas, los despiadados castigos a los que lo sometía su padre para amansarlo. Sin éxito. Con una chispa extraña en sus diminutos, hundidos ojos, revivía las hazañas de Kid Marro, su nombre de batalla en los cuadriláteros. Usaba pistola. En sus años vigorosos no le paraba pelos a nada ni a nadie. Lo aborrecían muchos. Muchos más lo querían. Algunos se mofaban del Patrullero 9.20. Otros lo respetaban y se cuadraban ante él como ante el lábaro patrio. Sabía más, bastante más de lo que aparentaba.

Chilo Aguilar fue mi suegro tres años. Alguna vez “me peló el cuete”, una pavorosa cuarenta y cinco. Tuvieron que someterlo y desarmarlo sus hijas. (Tenía la intención de terminar con nuestro político parentesco antes de tiempo, sospecho). Fue abuelo de mi hijo Alberto Acevedo Aguilar (un chavo triple A) durante 19 años.

Luego cambió la dirección del viento tan cambiante de por sí y los gustos del respetable. Al ex estudiante de medicina, al ex boxeador, al celebérrimo reportero, al paladín del pueblo desguarnecido, lo guardaron en el rincón de los trebejos.

Allí se llenó, olvido tras olvido, de telarañas, de moho. Allí el polvo lo convirtió en la sombra de sus pasadas glorias, en la pura reverberación de sus conquistas juveniles, reconocimientos, aventuras y amistades.

Al aguerrido noqueador, ya desprovisto de reflejos, de piernas, de cintura, de hambre de celebridad, le metió los guantes la enfermedad de manera inmisericorde a lo largo de varios lustros. Cirrosis hepática, múltiples fracturas, desesperanza irremediable, edemas en la conciencia.

Con la salud, la fortuna y los placebos de amistad le volvieron la espalda. Terminado el festín los depredadores desaparecieron. Parecía que el cielo se hubiera confabulado contra él. Preparando el golpe definitivo, la muerte lo maceró en salmuera de terribles penas. Le arrebató primero a su esposa y a dos de sus hijas.

Siguió en el combate por mero instinto guerrero, ya sin brújula, sin incentivos, sin público. Era un mitológico cosaco en andadera, luchando contra sus propios fantasmas y los ajenos, abandonado en la inmensidad de la estepa. Compasiva, la memoria se le escondía para no torturarlo con los recuerdos. Deliraba a veces, me cuenta Rosario. Quizás simplemente hablaba para adentro, pensando en la rendición honorable. Quizás…

No es de ahora que soy lobo estepario, murciélago diurno. Supe de su muerte, tres meses después de acaecida.

LOS RECUERDOS
Tenía tres años sin mirarlas. Ayer desayuné con Rosario y Claudia, hija y nieta de Isidro Aguilar respectivamente. Me contaron: ya con un pie en la barca inevitable del hasta nunca, en nombre de los maravillosos tiempos vividos junto a Juan Sabines Gutiérrez, el afamado Ciclón del sureste, a través de sus hijos pidió al gobernador Juan Sabines Guerrero le concediese la alegría de su presencia.

La breve, discreta visita del gobernador, me dicen, fue un bálsamo para la herida abierta, letal, que a don Chilo le había infligido la incertidumbre antes del viaje eterno. Fue esa visita la puerta de ingreso a la resignación serena. Días después, el cansado cocodrilo, el halcón desplumado, el desdentado jaguar, la radiografía del inagotable gladiador murió en paz.

En su fe.
En su pospuesto, eterno silencio.